viernes, 6 de junio de 2014

La cura para los pensamientos pecaminosos | Stephen Charnock

#1. Acostúmbrate a meditar seriamente cada mañana. Conseguir aire fresco del cielo en nuestras almas engendrará un espíritu más puro y pensamientos más nobles. Un buen tiempo mañanero nos protegerá todo el día. A lo largo del día, después que hayamos despachado los demás pensamientos que nos son necesarios para ocuparnos de nuestras actividades diarias, el tema de meditación que sostuvimos en la mañana retornará como nuestro principal acompañante durante el día.

#2. Ejercítate en humillarte a ti mismo frecuentemente. El orgullo nos expone a pensamientos impacientes e inquietantes, pero la humildad promueve un alma calmada y serena. Las humillaciones frecuentes matarán el fuego que arde interiormente y reducen las chispas. Mientras más profundo se ara más se matan las malas hierbas y mejor se prepara la tierra para la buena semilla. Los hombres no caen fácilmente en aquellos pecados por medio de los cuales ellos han sido profundamente humillados. Hay sabiduría y gracia en un espíritu que llora. El gozo carnal hace que el corazón se evapore en ligereza e insensatez.

#3. Evita enredarte con el mundo. Ese barro estorbará nuestras mentes. La felicidad sucia sólo engendrará pensamientos sucios. Si el mundo se apodera de nuestra alma, producirá pensamientos de ansiedad. Los muchos negocios se encuentran con muchas cruces, y luego producen pensamientos murmuradores. Si los negocios del mundo son coronados con el éxito, entonces promueven pensamientos orgullosos y lisonjeros. “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1 Tim. 6:9). Tales pasiones convierten a los hombres en insensatos, y parte de su insensatez es tener fantasías salvajes y sin sentido. Las nieblas y neblinas se encuentran en las partes inferiores de la tierra, pero no alcanzan a llegar al cielo. Si estamos libres de los afectos terrenales, estos vapores contrarios no podrán perturbar fácilmente nuestras mentes. Si el mundo hace residencia en nuestros corazones, nunca dejaremos de experimentar los tormentos de esos pensamientos irracionales. Los deseos codiciosos nos rellenarán de imaginaciones necias, y sofocarán todo buen pensamiento que nos alcance.

#4. Evita la pereza. Las ocupaciones serias naturalmente mantendrán la compostura del espíritu de un hombre, pero demasiadas recreaciones le harán consumirse en vanidad. La pereza aviva en el alma muchas imaginaciones ligeras y sin provecho que de concentrarse la mente activa en alguna labor determinada serían suficientemente desviadas. Las mentes vacías son las más adecuadas para las tonterías extravagantes. La diligencia en nuestras vocaciones nos protege de Satanás, y algunas veces el Espíritu nos visita y nos llena de emociones santas en medio de ellas. El Espíritu nos ayuda a cumplir y tener éxito en nuestros deberes. Es así, pues, que un ejercicio santo de nuestras vocaciones santificará nuestras mentes y dejará poco espacio para que las arañas hagan sus telarañas.

#5. Asombra tu corazón con pensamientos acerca de la omnisciencia de Dios. Somos en gran medida ateos en lo que de este atributo se trata. Lo creemos en cuanto a concepto, pero en su mayor parte lo negamos en la práctica. Imagina la final trompeta y el tribunal de Cristo. Considera su omnisciencia señalando por separado todos los secretos de tu corazón. ¿No hace esta sola consideración que se desvíe el calor de todas las demás imaginaciones? Si penetra un pensamiento insensato, considera: ¿Y qué si Dios, que todo lo conoce, me llamara al presente a juicio por este vistazo pecaminoso? ¿Conviene a la gloria de Dios o a nuestros propios intereses que Él encuentre tal repugnante estercolero y emjambres de piojos egipcios y ranas que suben y bajan en nuestras recámaras? Si nuestro corazón está poseído por la verdad de su omnisciencia, ¡nos avergonzaríamos sólo con pensar acerca de nuestra vergüenza en el día final!

#6. Mantén una continua vigilancia sobre tu corazón. Necesitamos gracia para perseverar como centinelas sobre nuestros pensamientos. Los pensamientos están escondidos en el corazón. Nuestras mentes son como escolares ociosos que se comportan revoltosamente si el maestro está de espaldas. Mantengamos una mano estricta sobre la bestia salvaje de nuestros afectos interiores. Hay ocasiones particulares en las que debemos poner doble guardia, como cuando se presentan oportunidades que pueden incendiar alguna corrupción interna. La ocasión puede emboscarnos si dejamos al descuido nuestros pensamientos y afectos. Cuídate de manera especial en momentos de soledad, cuando el estar libres de ocupaciones propicia una oportunidad a la imaginación no santificada para evocar mil espíritus malignos. Cuando nos encontremos entre malas compañías tenemos que velar no sea que surjan imaginaciones corruptas y envenenen el espíritu y nos infecten. Debemos cuidar nuestros corazones porque de ellos mana la vida. Debemos cuidar nuestros sentidos porque estamos naturalmente inclinados a seguir nuestros deseos. La mayoría de nuestros pensamientos se introducen inicialmente por las ventanas de los sentidos.

#7. Examina tus pensamientos. Considera qué pensamientos están salpicando en tu corazón. Investiga qué están haciendo ahí y cuál es su propósito. Trae cada pensamiento ante la prueba de la Palabra de Dios. Pregúntate a ti mismo porqué das albergue a tales pensamientos.

#8. Revisa y controla tus pensamientos desde sus mismos inicios. Si un pensamiento tiene la marca razonable del pecado, ni siquiera le des el honor de examinarlo. Si la lepra aparece en la frente, ¡arrójala fuera de ti! Apágalo al instante como harías con una chispa de fuego en un montón de heno. Ni siquiera nos debatimos si debemos sacudir una víbora de nuestras manos. Si un pensamiento es claramente pecaminoso, ¡cualquiera tratado de paz que hagamos con el mismo es una medida de desobediencia! Si no huele a las cosas de Dios, no escuches sus razonamientos. No lo excuses simplemente por el hecho de ser pequeño. Los vapores pequeños pueden crecer hasta convertirse en grandes nubes. De ser albergados, pueden forzar nuestro juicio, arrastrar nuestra voluntad y hacer que nuestras emociones pasen a ser un manicomio. El diablo puede inmediatamente imprimir sus sugerencias en nuestras mentes. Ni siquiera estamos apercibidos del ejército que él tiene para apoyar cualquier pensamiento pecaminoso una vez le abrimos la puerta. Aplastemos al mocoso de inmediato y arrojemos la cabeza sobre la pared para desalentar así cualquier otro ataque. Avergoncémonos de abrigar en nuestros pensamientos aquello de lo que nos avergonzaríamos si se manifestara en palabras o acciones. Por tanto, tan pronto te apercibas de un pensamiento tan malo, escúpelo con repudio.

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